En Viña Peumayen, el trabajo no empieza con la vendimia ni termina en el embotellado. Nace mucho antes, en la decisión consciente de crear algo propio, con sentido, y se renueva cada día entre manos que conocen la tierra y corazones que creen en su oficio.
Este 1 de mayo, en el Día del Trabajador, queremos compartir lo que significa para nosotros trabajar en una viña familiar. Porque más allá del vino, lo que cultivamos aquí es un estilo de vida enraizado en el respeto por la naturaleza, la dedicación artesanal y los vínculos que nos unen como familia.
Francisco Carevic, fundador de Peumayen, lo resume sin rodeos: el trabajo no se delega, se vive. Ha transmitido a sus hijos no solo conocimientos técnicos, sino también una filosofía: cada decisión en la viña impacta en la calidad del vino. Por eso, en vez de apresurar procesos, aquí se respeta el ritmo que dicta la vid.
Hoy, es Francisco Javier Carevic —el mago detrás de cada mezcla— quien lidera el proceso de producción. El sello de Peumayen es que hacemos el vino con nuestras propias manos. Tener nuestras propias parras nos permite cuidar cada etapa y buscar sabores únicos desde el origen. Su compromiso está en mantener viva la esencia de la viña: artesanal, sostenible y honesta.
Erica Carevic, quien encabeza el área comercial, también lo vive desde dentro. Trabajar con la familia implica altos y bajos, pero lo que nos mueve es el compromiso de hacer algo que tenga sentido, algo que hable de nosotros. Su mirada estratégica va de la mano con una profunda convicción sobre el valor de lo hecho a mano, con cariño, esfuerzo y responsabilidad.
En Peumayen, el trabajo es sinónimo del cuidado de la tierra, del agua, de las parras, y también de las personas. Nuestra viña no es una cadena de producción: es una comunidad pequeña que funciona con esfuerzo compartido, donde cada botella lleva algo de cada trabajador.
Y aunque la familia está en el centro, este proyecto no sería posible sin todas las personas que han formado parte de nuestras cosechas durante más de 20 años. Hoy queremos reconocer con gratitud a cada trabajador y trabajadora que ha estado en terreno, tijera en mano, seleccionando racimos, cuidando las parras y dejando su huella en cada vendimia. en especial a Maritza Donoso, quien acompaña a la familia diariamente en el cuidado de las parras y los vinos. A todos quienes han puesto su esfuerzo en esta tierra: gracias por ser parte de esta historia.
Este Día del Trabajador, alzamos nuestras copas por quienes creen y aman lo que hacen. Por quienes trabajan con las manos y con el corazón. Y por quienes, al disfrutar un vino, también valoran la historia que hay detrás de cada gota.